viernes, 30 de noviembre de 2012

La Peña del Cid, la leyenda


Dentro de los libros que tantos años tengo en mi biblioteca, se encuentra una edición de 1965 que pertenecía a mi abuelo paterno de "Leyendas Alicantinas", de Agustina Ruiz de Mateo y Juan Mateo Box. Una de las leyendas que se incluyen es la de la PEÑA DEL CID, donde nos cuentan las peripecias del Cid Campeador por nuestras tierras, en este caso la aventura ocurrida en la peña que está próxima a nuestro pueblo.


Nuestra provincia se hallaba sometida al poder musulmán y el Cid había llegado en avanzadilla con lo más florido de su escolta para reconocer su terreno. Por expresa disposición suya, sus acompañantes se quedaron rezagados y ocultos para que el enemigo no se apercibiera de su presencia.

El Cid, entonces, avanzó solo, según tenía por costumbre en estos casos para no exponer a los suyos a peligros inútiles y poder hacer por su parte un reconocimiento a fondo. Además, yendo solo podía burlar con facilidad la vigilancia del adversario.

Jinete en su inseparable Babieca escaló la montaña y llegó a la mencionada peña para tener una visión más amplia del terreno. Es indudable que se confió demasiado y el enemigo, que se encontraba muy cerca, sorprendió su presencia. Sin perder un instante se lanzaron a la captura de su más temible rival  con gran cautela le fueron sitiando por la espalda mientras él, desde la altura, estaba forjando el plan de ataque.

Babieca olfateó el peligro y su inquietud puso en guardia al jinete que, levantándose sobre los estribos y mirando hacia atrás, vio a la patrulla mora que subía a marchas forzadas, formando un semicírculo, para impedirle toda posible escapatoria. El valiente caballero advirtió rápidamente su peligrosa situación: de un lado su implacable enemigo lo bastante numeroso para arriesgarse a pasar entre sus filas y del otro el peligroso precipicio.

Babieca piafaba nervioso y el Campeador tuvo un momento de indecisión pero instantáneamente reaccionó de la única manera que él podía hacerlo. ¿Rendirse? ¡Jamás! Les haría frente y moriría matando. Desvainó la Tizona y un grito de invocación celestial rasgó los aires: ¡Santiago, valedme!

Y en ese preciso momento el ímpetu del caballo fue detenido milagrosamente por una férrea mano.

Por primera vez Babieca volvió grupas al enemigo y el asombroso jinete vio a su lado a otro caballero montado en un caballo blanco y que en la mano libre llevaba un estandarte, también blanco, en cuyo centro destacaba una gran cruz roja.

Entonces ocurrió el milagro. Babieca, de una salto prodigioso se lanzó al abismo arrastrado por aquella mano desconocida. Ambos jinetes describieron una luminosa parábola sobre el fondo azul del cielo y cuando llegaron abajo las patas de Babieca se incrustaron profundamente en la tierra.

Estas huellas, que aún subsisten, dan testimonio de tan prodigioso hecho y el paraje donde se encuentran se conoce con el nombre de "La Patá del Cavall".

Apenas repuesto el Cid de su sorpresa quiso expresar su gratitud a su salvador pero su asombro fue grande al no poder hallarle por parte alguna. Con el mismo misterio que había aparecido, desapareció...

Don Rodrigo, de esta forma tan extraordinaria, pudo burlar a sus enemigos,. Amparado en las sombra de la noche llegó a donde estaban esperándole los suyos y todos, sanos y salvos, emprendieron el regreso a Valencia.

Desde entonces el Cid y todas sus huestes profesaron una gran devoción a Santiago cuya invocación convirtieron en su grito de guerra: ¡Santiago y cierra España!