jueves, 13 de diciembre de 2012

La Cruz Procesional de Monforte, joya del siglo XVI

Estos días, y junto a la patrona de Monforte del Cid la Purísima Concepción, hemos podido observar como la cruz procesional que se observa en la antesala de la sacristía de nuestra iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Nieves, se levantaba majestuosa.

Por ello, me animo a daros los datos y descubriros los secretos de esta joya de la orfebrería valenciana datada en el siglo XVI (muy similar a la que se encuentra en el municipio valenciano de Chelva), y que la tradición apunta a que fue donada por el famoso obispo Gómez de Terán y recuperada por la villa de Monforte del Cid del expolio que sufrió la parroquia entre 1936-1939.

La plateería valenciana del último tercio del siglo XVI alcanzó una extraordinaria pujanza, y por ello, los obispos de la diócesis de Orihuela y Murcia buscaron las nuevas tendencias que en los talleres valencianos se estaban dando. En este caso la cruz responde a un trabajo de tendencia manierista como así lo refleja su perfil, muy recortado, que parece seguir el tipo creado por el maestro Becerril, de gran repercusión por toda el área de levante.

Se configura como una cruz latina de brazos rectos terminados en medallones circulares rodeados por querubines y fragmentos de cartelas recortadas y rematados en perillones de base gallonada. Esta ornamentación basada en el repertorio del "rollwerk" junto a espejos y cartelas ovales cubre la superficie de los brazos.

La iconografía alojada en dichos medallones es la propia de este tipo de piezas, figurando así en el anverso los cuatro Evangelistas mientras que el reverso se destina a las imágenes de la Virgen, San Juan, la Magdalena y el motivo del pelícano. El cuadrón central de sección recta, según es típico en la platería valenciana del Quinientos, ofrece el relieve de Dios Padre en actitud de bendecir, al que se sobrepone la figura del Crucificado, añadido moderno de la década de 1980 fruto de una restauración. En la otra cara preside un bello relieve de la Virgen con el Niño, de muy estilizado y monumental canon.

La manzana, de tipo arquitectónico, consta de dos cuerpos cilíndricos de diferente tamaño, apoyado el inferior sobre tornapuntas. Amos se articulan por medio de nichos con figuras de los Apóstoles. El cañón cilíndrico y con decoración barroca, espejos punteados, es obra claramente posterior, añadido con toda seguridad en tiempos de Gómez de Terán (Madrid 1688 - Monforte del Cid 1758), quien según la tradición, fue el obispo quien la donó a la iglesia de Monforte del Cid. En Monforte el obispo tenía especial predilección y pasaba largas temporadas, donde levantó una pequeña residencia muy cerca del templo y hoy desaparecida.

Tanto por tipología como por estilo se puede considerar como una obra de transición en la que junto a elementos propios de la tradición renacentista se van sumando otros que preludian ya los cambios que se van a producir a partir del último cuarto del siglo XVI con las modas del austero espíritu herreriano.

lunes, 3 de diciembre de 2012

LA CORONACION DE LA PURÍSIMA, PATRONA DE MONFORTE DEL CID

En las siguientes líneas voy a reflejar el artículo que para las revistas de Moros y Cristianos 2011 reedité de antiguas revistas de fiestas y que refleja los pormenores de cómo fue la Coronación de la imagen de la antigua Púrísima.

LA CORONACIÓN DE LA PURÍSIMA, PATRONA DE MONFORTE DEL CID


Por JOSE MARIA SEGRELLES ÑIGUEZ


Como somos ya pocos los supervivientes de aquellas generaciones de monfortinos testigos presenciales de la coronación de nuestra Patrona, con el fin de recordar a unos y dar a conocer a otros de las actuales, aquel solemne acto y sus conmovedores detalles, vamos a intentar recoger, de la manera más fiel y concisa que nos sea posible, los distintos pormenores de tal acontecimiento, según el contenido de una extensa crónica que, refiriéndose a los días 9 y 10 de diciembre de 1911 (¡han pasado 68 años!) fue inserta en el número 3.913 de “El Correo”, periódico que a la sazón se publicaba en la capital de nuestra provincia.

Y si, por añadidura, lográsemos despertar también alguna devoción dormida, proporcionar unos instantes de agradable distracción o simplemente satisfacer algún interés o curiosidad, nosotros quedaríamos complacidos.

Tuvo lugar la coronación con motivo de nuestras fiestas anuales en honor de la Purísima y constituyó extraordinaria brillantez, habiendo sido organizada por la congregación local de las Hijas de María.

Añade la citada crónica que, desde las primeras horas de la tarde de aquel día 9, comenzaron a acudir a la Parroquia muchísimos fieles ansiosos de presenciar la coronación hasta el punto de que, sobre las 15 horas, resultaba ya difícil el acceso y paso por su nave central, invadida por compacta multitud. Y al ir a comenzar el acto, la iglesia presentaba un aspecto deslumbrador. Las hijas de María, agrupadas en lugar preferente, presidían la solemnidad; a un lado se hallaba la Banda Municipal y el resto del templo aparecía materialmente ocupado por los fieles.

Sobre el altar Mayor, donde se había instalado el trono con su rico dosel artísticamente ornamentado, destacaba, majestuosa y llena de virtud celestial, la bella y venerada imagen de nuestra Inmaculada Concepción. Y entre incesante murmullo, subieron por ambos lados de las gradas del trono dos niñas vestidas de blanco que iban a coronar a nuestra Patrona, al mismo tiempo que otra niña, vestida también de blanco, se situaba en un plano de menor altura para recitar una plegaria a la Purísima.

El aspecto que presentaba el altar Mayor, con las tres niñas ataviadas de blanco ante la Virgen, era sorprendente y conmovedor. Y, al reinar, de improviso, un absoluto silencio, la niña Conchita Beltrán Pina, con voz firme, si bien algo embargada por la emoción, y con entonación y ademanes muy apropiados, comenzó a recitar una bellísima poesía expresamente escrita para el acto por el inspirado vate don Salvador Monllor Cabrera, la cual no debemos omitir para recreación del que la leyera. Decía así:


A NUESTRA AMADISIMA PATRONA MARIA INMACULADA EN EL ACTO DE SU CORONACION

El alma rebosante de amor inextinguible,
de anhelos infinitos henchidos  el corazón,
fervientes, entusiastas, con júbilo indecible,
contempla aquí a tus hijos, temblando de emoción.

Tus hijos predilectos, pues eres la Patrona
del pueblo de Monforte, ¡oh, Madre celestial!
Monforte, que te elige su Reina y te corona
y admira tu pureza sin mancha original.

Es digna esta corona de ornar tu regia frente,
pues ella simboliza la inquebrantable fe,
el místico entusiasmo, la adoración ferviente
de un pueblo que te adora y en ti su amparote.

En ella van prendidos sus más puros amores,
en ella sus sentires supieron condensar;
la enjoyan esperanzas, recuerdos, sinsabores…
con lágrimas y risas la hubieron de forjar.

Acéptala, Señora, y acoge bondadosa
sus más ardientes ansias de vida y perfección,
y sé para tus hijos la Madre cariñosa
que nunca les retire su tierna protección.

Bendice aquí a tus hijas, las Hijas de María
que honrar así quisieron tu pura Concepción;
concédeles tu gracia y sé su Norte y guía…
Otórgales, ¡oh, Madre!, tu Santa bendición.

Bendice a Nuestra España, ¡tu pueblo! Que ha sabido
por ti mil y mil veces su sangre derramar,
y aún hoy la están vertiendo su Ejército sufrido
en tierras africanas luchando sin cesar.

Bendice a aquellos mártires que por la patria mueren,
a los hermanos nuestros que ya no volverán,
y ampara a su esposas y madres que los quieren,
¡que en el hogar vacío, llorando quedarán..!

Bendícenos, Señora, que en adorosa llama
de amor inextinguible se abrasa el corazón…
El pueblo de Monforte, con júbilo te aclama:
¡Viva nuestra Patrona!... ¡Viva la Concepción!...



Un viva estruendoso brotó del corazón de todos los presentes; rompió la música con el himno Nacional y, al mismo tiempo, las niñas Inocente Miralles Cerdán y Conchita Sirera Gras, colocaban sobre la sagrada frente de nuestra Patrona una magnífica corona.

Varias señoritas de nuestro pueblo cantaron, acompañadas del órgano, las Purezas de María y, a continuación, se entonó una Salve, con la que terminó el acto de la coronación que tan grato recuerdo dejó entre los asistentes.

 


viernes, 30 de noviembre de 2012

La Peña del Cid, la leyenda


Dentro de los libros que tantos años tengo en mi biblioteca, se encuentra una edición de 1965 que pertenecía a mi abuelo paterno de "Leyendas Alicantinas", de Agustina Ruiz de Mateo y Juan Mateo Box. Una de las leyendas que se incluyen es la de la PEÑA DEL CID, donde nos cuentan las peripecias del Cid Campeador por nuestras tierras, en este caso la aventura ocurrida en la peña que está próxima a nuestro pueblo.


Nuestra provincia se hallaba sometida al poder musulmán y el Cid había llegado en avanzadilla con lo más florido de su escolta para reconocer su terreno. Por expresa disposición suya, sus acompañantes se quedaron rezagados y ocultos para que el enemigo no se apercibiera de su presencia.

El Cid, entonces, avanzó solo, según tenía por costumbre en estos casos para no exponer a los suyos a peligros inútiles y poder hacer por su parte un reconocimiento a fondo. Además, yendo solo podía burlar con facilidad la vigilancia del adversario.

Jinete en su inseparable Babieca escaló la montaña y llegó a la mencionada peña para tener una visión más amplia del terreno. Es indudable que se confió demasiado y el enemigo, que se encontraba muy cerca, sorprendió su presencia. Sin perder un instante se lanzaron a la captura de su más temible rival  con gran cautela le fueron sitiando por la espalda mientras él, desde la altura, estaba forjando el plan de ataque.

Babieca olfateó el peligro y su inquietud puso en guardia al jinete que, levantándose sobre los estribos y mirando hacia atrás, vio a la patrulla mora que subía a marchas forzadas, formando un semicírculo, para impedirle toda posible escapatoria. El valiente caballero advirtió rápidamente su peligrosa situación: de un lado su implacable enemigo lo bastante numeroso para arriesgarse a pasar entre sus filas y del otro el peligroso precipicio.

Babieca piafaba nervioso y el Campeador tuvo un momento de indecisión pero instantáneamente reaccionó de la única manera que él podía hacerlo. ¿Rendirse? ¡Jamás! Les haría frente y moriría matando. Desvainó la Tizona y un grito de invocación celestial rasgó los aires: ¡Santiago, valedme!

Y en ese preciso momento el ímpetu del caballo fue detenido milagrosamente por una férrea mano.

Por primera vez Babieca volvió grupas al enemigo y el asombroso jinete vio a su lado a otro caballero montado en un caballo blanco y que en la mano libre llevaba un estandarte, también blanco, en cuyo centro destacaba una gran cruz roja.

Entonces ocurrió el milagro. Babieca, de una salto prodigioso se lanzó al abismo arrastrado por aquella mano desconocida. Ambos jinetes describieron una luminosa parábola sobre el fondo azul del cielo y cuando llegaron abajo las patas de Babieca se incrustaron profundamente en la tierra.

Estas huellas, que aún subsisten, dan testimonio de tan prodigioso hecho y el paraje donde se encuentran se conoce con el nombre de "La Patá del Cavall".

Apenas repuesto el Cid de su sorpresa quiso expresar su gratitud a su salvador pero su asombro fue grande al no poder hallarle por parte alguna. Con el mismo misterio que había aparecido, desapareció...

Don Rodrigo, de esta forma tan extraordinaria, pudo burlar a sus enemigos,. Amparado en las sombra de la noche llegó a donde estaban esperándole los suyos y todos, sanos y salvos, emprendieron el regreso a Valencia.

Desde entonces el Cid y todas sus huestes profesaron una gran devoción a Santiago cuya invocación convirtieron en su grito de guerra: ¡Santiago y cierra España!  

miércoles, 17 de octubre de 2012

El patrón de los cocineros, San Pascual Bailón

En Monforte del Cid, y su pedanía de Orito, sabemos de sobra la importancia y la influencia que el santo aragonés, Pascual Bailón, tuvo a lo largo del siglo XVI, y que su protección e influencia llega hasta nuestros días.

Pero no todos sabrán que el santo es el patrono de los cocineros, dado su afición y su buen hacer en la cocina. Incluso en la Ciudad de México, se celebran los Premios Internacionales de Cocina que tienen por nombre el propio santo.

Una de las citas extraída de uno de sus contemporáneos decía:

Era capaz de multiplicar la comida, que preparaba ollas grandes de estofado que no tenían fin, tratando de dar siempre lo mejor, pues él decía que a los pobres no había que darles sólo las sobras, estaba a cargo de los huertos, donde sembraba alimentos que siempre  estaban disponibles para quién los pudiera necesitar.  Guardaba el mejor vino para los enfermos, se solía quitar el pan de la boca así como prefería que otros tuvieran hábitos nuevos en lugar de usarlos él, gustaba de estar de buen humor y dar consejo a quienes se sentían mortificados.

Además, canciones como estas y pinturas figuran a lo largo y ancho del mundo:


San Pascual Bailón. Báilame en este fogón.
Tú me das la sazón. Y yo te dedico un danzón.





San Pascual Bailón, el santo patrón de las cocinas y cocineros.
Este San Pascualito, San Pascualito, 
Tú pones tu granito, y yo pongo otro tantito.




San Pascual Bailón, el santo patrón de las cocinas y cocineros.
Este santo era portero. Y a los pobres daba pan.
Y el pan se convirtió en rosas cuando venía el guardián.



Fotografía de los premios que anualmente
 se dan en la Ciudad de México 
llamados Premios Internacionales Pascual Bailón de Cocina



lunes, 1 de octubre de 2012

La tradicional entrada de los obispos en Orihuela

La tradición de la entrada pública de los obispos de Orihuela es una de las manifestaciones religiosas de mayor singularidad del obispado, una secular costumbre que forma parte de la identidad de nuestro territorio y de sus habitantes.

Entrada del nuevo obispo de la diócesis de Orihuela Alicante,
el valenciano D. Jesús Murgui Soriano
Estas entradas públicas, que fueron comunes en todas las sedes episcopales españolas y hoy solamente se conservan en Sigüenza y Orihuela, tenían la función de afirmar los valores simbólicos de la autoridad y el ministerio del pastor diocesano.

Su origen se remonta a la creación del obispado de Orihuela, cuando el 23 de marzo de 1566, su primer prelado Gregorio Gallo de Andrade, tomó posesión de la silla episcopal en olor de multitudes como culminación de las seculares aspiraciones oriolanas de independizarse del obispado de Cartagena y fundar una diócesis propia con los territorios del mediodía valenciano que políticamente dependían de la antigua Gobernación de Orihuela. 

En torno a la solemne entrada pública de los nuevos prelados para la recepción de su cátedra, se elaboró un protocolario ceremonial que, salvo algunas pequeñas variaciones producidas a lo largo de la historia, continúa realizándose de forma íntegra en la actualidad.

A continuación, vamos a conocer los principales aspectos históricos de la entrada de los obispos de Orihuela – Alicante, testimonio inequívoco de su arraigada tradición.

Tras el nombramiento del nuevo obispo, el primer paso que se daba era la presentación por parte de su apoderado de las bulas apostólicas y demás documentos acreditativos de la Santa Sede para su comprobación por el Cabildo Catedralicio de Orihuela.

Entrada del obispo Pablo Barrachina
Tras el visto bueno de los capitulares oriolanos, el cabildo acordaba la fecha de la toma de  posesión que sucedía en un breve plazo de tiempo, en algunos casos en apenas unos pocos días. 

El viaje del prelado a Orihuela solía ser bastante lento y tedioso, tanto por las incomodidades de los caminos como del transporte utilizado, generalmente carruajes, y por ello debía realizar numerosas paradas durante el itinerario. Por ejemplo, en el caso de Fray Andrés Balaguer su traslado se realizó por espacio de seis días pernoctando en Monforte y Albatera, parando previamente para comer en Elche y en posteriores  jornadas en Redován.

Entrada del obispo saliente D. Rafael Palmero Ramos
Como podemos apreciar, la venida del obispo a nuestra diócesis llevaba consigo que se detuviera en otros pueblos y lugares del obispado antes de llegar finalmente a Orihuela. En este sentido, desde la construcción del Palacio Episcopal de Cox, por iniciativa del obispo José Tormo Juliá, los prelados hacen su primer descanso en esta localidad donde suelen comer el tradicional arroz con costra. Tras la desaparición del edificio, la corporación municipal reivindicó sus derechos históricos y se respetó escrupulosamente la tradición. En esta población era recibido en el templo parroquial por su párroco, el alcalde de la villa y dos canónigos, allí era agasajado por el pueblo.

Anteriormente al siglo XVIII, su primera parada tenía lugar en Redován donde se encontraba con varios representantes del Cabildo Catedralicio, tal como queda documentado con los obispos Andrés Balaguer y Bernardo Caballero de Paredes. Desde esta población o posteriormente desde Cox, el obispo se encaminaba montado en su carruaje y acompañado por la comitiva capitular hacia el llamado paraje de la Fuentes (San Antón), situado en las proximidades de la ciudad, donde le esperaba una comisión municipal.

Tras la construcción de la ermita de San Antón a finales del siglo XVII se enriqueció el protocolo, ya que a partir de entonces todos los obispos rezan al pie del altar mayor de esta iglesia. A continuación, el nuevo prelado se dirigía a la casa contigua siendo recibido por una comisión de la ciudad designada con el fin de ofrecerle diferentes obsequios. Allí comía, sino lo había hecho antes, o tomaba un refrigerio, y descansaba hasta la hora determinada para su entrada pública. 

En el horario previamente convenido, salía el cabildo en procesión desde la puerta de la Anunciación de la Catedral hacia la Puerta Nueva (actualmente calle del Paseo), acompañado del seminario, clero de las parroquias y órdenes religiosas 

Al mismo tiempo, el Sr. Obispo montaba en una mula blanca, enjaezada de morado, que le esperaba delante de la ermita de San Antón, donde se tenía preparado un poyo decentemente adornado para que pudiera subir con comodidad.

El prelado iniciaba su trayecto a la ciudad acompañado por el ayuntamiento en cabalgata y escoltado a caballo por las autoridades municipales, mientras el pertiguero, que iba sin sombrerillo ni pértiga, dirigía la mula por la derecha. Al llegar al portal de Callosa, situado junto al colegio de Santo Domingo, se abrían las puertas de la ciudad y le recibía el alcalde junto al resto de la corporación municipal. Ya en Orihuela, era acogido con gran entusiasmo y alegría de todos los ciudadanos mientras recorría las calles que profusamente habían sido adornadas con arcos de flores y colgaduras en las fachadas de los edificios. 

Una emotiva entrada que en el caso de Juan Maura y Gelabert fue muy especial, tal como señalan los diarios de la época: “se emocionó tanto que no podía articular palabra llorando en algunos momentos. La conmoción fue tan grande que en algún momento tuvo que ser sostenido”.

Al llegar a la Puerta Nueva el obispo se apeaba de la mula frente a la hornacina que albergaba una imagen de Nuestra Señora de Monserrate, patrona de Orihuela. Allí era recibido por los cuatro canónigos de menor antigüedad para acompañarle al altar que se había montado previamente en este lugar, donde el Deán del cabildo le daba a adorar la Cruz. El prelado se arrodillaba para ratificar su juramento sobre los Evangelios y  acto seguido se revestía de ornamentos pontificales mientras el sochantre de la Catedral entonaba la antífona Ecce Sacerdos Magnus.

Una vez revestido y situado bajo el palio, se ordenaba una procesión encabezada por los estandartes de los gremios, que precedían al clero, seminario, cabildo y al propio obispo, para dirigirse hacia la Catedral atravesando las calles de la Puerta Nueva, Santa Lucía y de la Feria, mientras se cantaban los salmos de laudes. La procesión entraba en el templo catedralicio por la puerta de la Anunciación, la principal de la iglesia, pues en ella se inició su consagración en 1597.

Allí se procedía con solemnidad a la toma de posesión de su cátedra como obispo de Orihuela. Tras concluir la ceremonia el cabildo le acompañaba a sus aposentos en el Palacio Episcopal, su nueva casa.

jueves, 20 de septiembre de 2012

El rito funerario de los Mortichuelos


Las personas desde siempre han tenido un especial interés por todo lo referido al mundo sobrenatural, a lo que hay detrás de la muerte. El ceremonial que lleva consigo la misma muerte, aunque normalmente se asocia a la religión, cuando se realiza con seriedad crea una especie de hábito que perdura en el tiempo.

No sólo han existido a lo largo de la historia ceremoniales en torno a la muerte, también ritos asociados al matrimonio, o al paso a la edad adulta, o referidos al nacimiento. Pero la muerte ha creado en las diferentes culturas actitudes muy diversas, llegando con estos ritos a una asombrosa mezcla de elementos sociales y estéticos, permitiéndonos distinguir entre lo que podría ser un rito religioso y uno popular; y esto nos lleva a la consecuencia de que todo ceremonial no es religioso, puesto que toda cultura tiene también ritos seculares de varias clases. El ceremonial de por sí puede ser un elemento que una a la gente fortaleciendo los lazos les unen.

1.) Los “mortichuelos” o el Velatori del Albalet.

En nuestro levante existió un singular rito, “Mortichuelos” o ”Velatori”, que tenía lugar cuando moría un niño de poca edad, y que su singularidad residía en todo el ceremonial que envolvía su enterramiento. 

Un primer acercamiento a este rito nos llevaría a decir que se reunía la familia y amigos en la casa mortuoria donde, en el centro de la estancia iluminada por la luz temblorosa de un candil o cuatro velas, yacía el niño de corta edad dentro de un féretro blanco. Durante toda la noche sus parientes y amigos cercanos de la familia le guardan vela, pasando alegremente la noche. Los padres obsequiaban a los reunidos, ofreciéndoles “cacau y tramusos”, pasas o higos, según zonas, acompañado todo con el clásico porrón o bota de vino.

Uno de los puntos característicos era la “dançá” y que era interpretada por parejas a la luz de los cirios que alumbraban el féretro del niño. El ritmo lo proporcionaban guitarras y bandurrias o acordeones, acompañándose de bailadores. Un hombre y una mujer danzaban lentamente; y así se sucedían las parejas, relevándose hasta el amanecer. Para bailar las parejas iban saliendo alternativamente y al final, todos juntos, evolucionaban formando cuadros y un círculo con el que acababa la danza.

El baile ceremonioso era de movimientos suaves, que pretendían expresar el dolor; pero no el dolor por la pérdida de un ser querido, ya que el dolor está mitigado por la esperanza de la salvación eterna del niño, que aún no ha perdido la gracia divina por el pecado.

2.) Lírica popular y diferentes testimonios literarios

Debemos hacer un esfuerzo para imaginarnos como sería todo lo que estamos intentando describir: cuanto menos impresionante. De fondo sonaba la música con coplas improvisadas para el momento, pura poesía popular que surgía de la inspiración de los llamados “versaors”. Es lógico, que tal improvisación hizo que no tengamos apenas restos de esas canciones, que se adaptaban a cada familia y circunstancia, pero siempre dirigido a mitigar el dolor que estaban sufriendo los padres y familiares. 

Como restos de estas poesías populares doña María Teresa Oller recogió partitura y letra en Montichelvo:

“La dança del velatori dones, vingau a bailar, 
qu’és dança que sempre es dança quant es mort algún albat.
En este poble s’ha mort un angelet molt polit, 
pero no ploreu per ell, que j’ha acabat de patir.
La mare y el pare ploren; no ploren per el xic, no; 
que s’ha mort la criatura sense saber lo qu’es el mon.”

Otros versos rescatados de la huerta murciana, por Don José Francés, tienen el mismo sentido:

“Aunque la madre “yora”
y con na encuentra consuelo
esta la pobre muy dichosa
porque el hijo está en el “sielo”.

El “cantaor”, “bailadores” e instrumentistas solían ser obsequiados con algunos manjares y bebidas. En unos casos eran los vecinos o los propios familiares los que preparaban algo para comer, que consistía en dulces, frutos secos, “cacau, tramusos i vi”; y entre trago y trago de vino y canciones, un poco de ritmo, música y acordeón, se llegaba hasta el alba, terminando en ocasiones en verdaderas fiestas. Todo lo que se describe tenía siempre lugar a la puerta de la vivienda.

Después del velatorio tenía lugar el entierro del “Albaet”. Era costumbre que fuera llevado por cuatro niñas o jóvenes, y se hacía con todos el ceremonial; e incluso, en caso de ser niñas, se les entregaba algún obsequio, consistente en unos dulces o una bolsita de caramelos en determinados lugares.

Tenemos que tener en cuenta que el nacimiento de esta tradición vino por la religiosidad arraigada del pueblo, ya que la gracia de Dios estaba en el niño después del Bautismo; y ésta no se perdía hasta el uso de razón por el pecado, por lo cual el niño no moría, sino que se iba al cielo, y allí era recibido con alegría; y desde él rogaba por sus padres y amigos, siendo esto lo que probablemente determinó el júbilo del velatorio de los párvulos. Ha muerto un ángel, sube al cielo; y esto merece bien la pena celebrarlo con una noche de fiesta.

No es fácil encontrar datos sobre este tipo de ritos, y menos aún que hayan llegado de alguna manera o modalidad hasta nuestros días. El dato lo refuerza la descripción que hicieron unos viajeros franceses, y que les llama tremendamente la atención, lo que nos ha permitido dejar un magnífico grabado a Gustavo Doré y un completo relato al Barón Charles Davilhier (1872), que son sin duda unos de los mejores testimonios de este singular rito:

“En Jijona fuimos testigos de una ceremonia fúnebre que nos sorprendió grandemente. Pasábamos por una calle desierta, cuando oímos los rasgueos de una guitarra, acompañados del son agudo de la bandurria y del repique de las castañuelas. Vimos entreabierta la puerta de una casa de labradores y creímos que estaban festejando una boda, mas no era así. El obsequio iba dedicado a un pequeño difunto. En el centro de la estancia estaba tendido en una mesa, cubierta con un cubrecama, una niña de cinco o seis años, en traje de fiesta; la cabeza, adornada con una corona de flores, reposaba en un cojín. De momento creímos que dormía; pero al ver junto a ella un gran vaso de agua bendita y sendos cirios encendidos en los cuatro ángulos de la mesa, nos dimos cuenta de que la pobrecita estaba muerta. Una mujer joven —que nos dijo ser la madre— lloraba con grandes lágrimas, sentada al lado de la niña. El resto del cuadro contrastaba singularmente con aquella escena fúnebre; un hombre joven y una muchacha, vistiendo el traje de fiesta de los labradores valencianos, danzaban una jota, acompañándose con las castañuelas, mientras los músicos e invitados, formando alrededor de los danzantes, les excitaban cantando y palmoteando. No sabíamos cómo armonizar estas alegrías con el dolor: “Está con los ángeles”, nos dijo uno de la familia. En efecto, tan arraigada tienen aquellos naturales la creencia de que los seres que mueran en la infancia van derechamente al Paraíso, “angelitos al cielo”, que se alegran, en lugar de afligirse, al verlos gozar eternamente de la mansión divina”.

Otro de los testimonios literarios nos lo aporta el novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez, que describe tantas y tantas costumbres levantinas. Dice así en su novela “La Barraca”:

“Había que acicalar al albaet, para su último viaje, vestirle de blanco, puro y resplandeciente como el alba, de la que llevaba el nombre. Comenzó Pepeta el arreglo con fúnebre pompa. Primeramente colocó en el centro de la entrada la mesita blanca de pino en la que comía la familia, cubriéndola con una sábana y clavando los extremos con alfileres. Encima tendió una colcha de almidonadas randas y puso sobre ella el pequeño ataúd, un estuche blanco, galoneado de oro, mullido en su interior como una cuna.

Pepeta sacó de un envoltorio las últimas galas del muertecito: un hábito de gasa tejido con hebras de plata, unas sandalias, una guirnalda de flores, todo blanco de rizada nieve, como la luz del alba, cuya pureza simbolizaba el pobrecito albaet. Aún no estaba todo; faltaba lo mejor: la guirnalda, un bonete de flores blancas con colgantes que pendían sobre las orejas. Tiñó las pálidas mejillas con rosa de colorete, la boca con un encendido bermellón. ¡Parecía dormido! ¡Tan hermoso! ¡Tan sonrosado! Jamás se había visto un albaet como éste. Y llenaba de flores los huecos de su caja, apiladas formando ramos en los extremos. Era la vega entera, abrazando el cuerpo de aquel niño que tantas veces había visto saltar por sus senderos como un pájaro, extendiendo sobre su frío cuerpo una oleada de perfumes y colores.

Cuatro muchachas con hueca falda, mantilla de seda caída sobre sus ojos y aire pudoroso y monjil, agarraron las patas de la mesilla, levantando todo el blanco catafalco. Emprendieron la marcha los chicuelos, llevando en alto grandes ramos de albahaca. Los músicos rompieron a tocar un vals juguetón y alegre, colocándose detrás del féretro, y después de ellos abalanzáronse por el camino, formando apretados grupos, los curiosos”.

Francisco Martínez, en su libro “Cosas típicas”, describe la escena que se desarrolla en torno a un pequeño recién fallecido:

“Visten de blanc la criatura, i li posen una corona de fiors blanques de paper o de tela, amb fulles platejadas. Li coloquen en una tauleta blanca que posen damunt de la taula vestida de blanc, rodejada de ciris sostinguts per candelabres de cristal.
A on correspon la capçalera peguen un cuadro de la Mare de Deu amb Jesuset al braç o del Sant Angel de la Guarda, sobre cobertor, també blanc, que tapa la paret”.

3.) Extensión geográfica del rito.

Es difícil de precisar la extensión del rito dado, como ya hemos apuntado, lo poquísima documentación que al respecto se posee. Así hemos tenido noticias de la celebración del rito en muchas de las ciudades, pueblos y aldeas de las siguientes comarcas: 
- Castellón: en el Alto y Bajo Maestrazgo y Alto Mijares no está generalizado el rito, pero hay pueblos y aldeas donde existió, así como en la comarca Segorbina. En la Plana, el rito se generaliza y son numerosos los pueblos y ciudades que nos han dado noticias de este rito, similar en su descripción a lo expuesto anteriormente.
- Valencia: comienza en la Hoya de Buñol y los Serranos, para ir generalizándose en el Campo de Lliria. Y encontrándose abundantes testimonios ya en la mayoría de pueblos y ciudades de las comarcas: La Ribera, la Huerta de Gandía, Játiva y la Costera, el Valle de Albaida y la Huerta de Valencia.
- Alicante: un núcleo centrado en las comarcas de Denia, La Marina, los Valles de Pego y Jijona, donde el rito tiene un fuerte arraigo; y otro centro en la comarca de la huerta de Orihuela, en la que según un Auto del Real Acuerdo de la Audiencia de Valencia debió estar tan generalizado y ser tan frecuentes estas celebraciones debido a la gran mortalidad infantil de esta época, que obliga al Tormo, obispo por entonces de Orihuela, a iniciar un proceso con el fin de prohibir las fiestas de los “mortichuelos” o “morticholets”, nombres con los que se conoce en esta comarca este rito, en lugar de “albaet”, “albadet” o “albat”, designación que se les da en otras zonas con el mismo significado.

Existe un folleto de ocho páginas numeradas, ejemplar que se conserva en el Archivo parroquial de la iglesia de Santiago de Orihuela, donde con todo detalle se da cuenta de estas celebraciones, de sus abusos y de las medidas que se han tomado inútilmente para evitarlo, pero que, tan fuertemente están arraigadas que no es posible su presión por los medios ordinarios y se acude a la Audiencia de Valencia para que se acuerde su prohibición por el Fiscal de su Majestad#.

En 1739, el obispo de Orihuela D. Juan Elías Gómez de Terán apuntaba ya a esta problemática: “…con pretexto de velar a los niños difuntos se hacen bailes entre hombres y mujeres, pasando la noche en ellos, y en otras algarazas, juegos, cantares, y otras diversiones, que alejándose de la compostura, y modestia cristiana, sirven de espiritual ruina…”.


El obispo Gómez de Terán fue el primero de los prelados 
de la diócesis de Orihuela quien puso el grito en el cielo ante este rito, 
aunque sería el obispo D. José Tormo, el que persiguió con más ahínco este rito


lunes, 10 de septiembre de 2012

La carnicería de Monfort, clave en la época medieval

Entre los edificios más importantes que la aldea de Monfort tenía en su época medieval fue la carnicería o Taula de la carn.

Dentro del término municipal de Alicante se encontraba la aldea de realengo de Monfort. Esa distinción hacía que a pesar de pertenecer a una ciudad muy grande, Monfort tenía una serie de privilegios que hacía que tuviera cierta autonomía. Por ejemplo, elegía a sus propios representantes municipales y podía administrar sus rentas. Estas rentas se obtenían de las regalías, privilegios que tenía el rey pero que cedía en este caso al Consell de Monfort.

Las regalías que nos correspondían eran: el molino, la panadería, la carnicería, la tienda, la verdulería, la taberna y el hostal. Hoy hablaremos de la carnicería.                             

Todos eran elementos básicos para el sostenimientos de la aldea y su alimentación. Su ubicación estaba junto al ayuntamiento, en la llamada antiguamente calle de la carnicería. Era un arrendador el que se encargaba que no faltara carne en la población. La carnicería, como todos los edificios de las regalías concedidas, dependía de su buen estado del Consell de Monfort, que corría con los gastos de cualquier decoro. Como un ejemplo, el 28 de marzo de 1638 se sustituyen las vigas del techo y las paredes:
"...paga el gasto de la obra de la Carneceria al mestre Caña algeps bigues y omens..." (AMMC. Cuentas 1636-1656)
Ahora falta que alguien se pregunte, ¿dónde estaba exactamente la carnicería?




domingo, 9 de septiembre de 2012

El testamento del obispo Gómez de Terán está en Monforte (siglo XVIII)

El más afamado de los obispos que la diócesis de Orihuela tuvo a lo largo de su historia, D. Juan Elías Gómez de Terán (nacido en Madrid 1688) encontró su muerte en nuestra localidad en 1758. Esto que puede ser un dato conocido por algunos y para nada inédito, viene asociado a la devoción singular que tenía por Monforte, que le hacía pasar largas temporadas. Por ello, y donde se encuentra nuestro actual Auditorio Municipal, le sobrevino la muerte después de hacer parada camino de Caudete.

Hoy no será objeto de estudio este dato, sino el importante legado que este afamado personaje del siglo XVIII nos dejó en nuestra localidad, como fue el original de su testamento.

Este voluminoso manuscrito que podemos observar en la antesala de la sacristía de la parroquia de Nuestra Señora de las Nieves, contiene un interesante conjunto de documentos referentes a las últimas voluntades de Juan Elías Gómez de Terán, los cuales se podría sistematizarse en tres grupos:
  • los testamentos y lo relacionado con ellos.
  • los que recogen las actas y actos subsiguientes a su muerte.
  • los inventarios.
Dentro del primer grupo, destaca por encima de todo una bula de Benedicto XIV (1741) donde desde Roma le permitían testar a su antojo. Le siguen los propios testamentos, siendo sólo válidos el último, el fechado en Alicante el 24 de mayo de 1748 y dando fe el notario Tomás Garriga. Aquí destaca, del puño y letra, los últimos deseos del obispo y que el testador pide que tengas la misma fuerza que el propio testamento.

De entre sus mandatos pide que no sea embalsamado, y que su entierro tenga lugar en alguna de sus fundaciones, en la iglesia de la Misericordia de Alicante en el Seminario de Orihuela, en el lugar donde más cerca le vanga la muerte. El deseo de dejar lengua, corazón y entrañas en una urna en Monforte al venirle la muerte (conservados en nuestra iglesia parroquial también, menos el corazón, que posteriormente fue llevado al seminario de Orihuela) , así como testimonios de cómo fueron los momentos del traslado desde Monforte hasta Alicante.

El último grupo de escritos lo forman los inventarios minuciosos que se hicieron de todas las posesiones del prelado, importante ya que nos acercan el rico y valioso de su legado, y que queda para la historia por estar muchos de esos objetos como meras referencias al haber desaparecidos. Estancia por estancia, cuadros, cortinas, vajillas...y debidamente valoradas por expertos en la materia.

Queda para la historia este importante documento, objeto de estudio por los expertos, que sin duda vienen a ensalzar el rico patrimonio documental que poseemos en nuestra población.


miércoles, 5 de septiembre de 2012

La antigua Lonja de Monfort, hoy nuestro Ayuntamiento

La lonja de Monfort, hoy lugar donde se albergan las instalaciones del ayuntamiento de nuestra localidad, era el lugar que desde el siglo XV se utilizaba para las reuniones del Consell de los representantes de la aldea.

En 1490 está constatado que existía una Plaza Mayor porchada que protegía de las inclemencias del tiempo.  A lo largo del siglo XVI el edificio sufre numerosas reparaciones, siendo, por ejemplo, en 1551 que ser reparada toda la cambra de la Lonja. El problema principal eran las filtraciones que por el tejado de cañas y tejas se producía, y que dañaba los tabiques. Por ello, en 1587 se inicia la construcción del nuevo edificio:


Pago al picapedrero de la vila, por la cal, piedra, arena...de fer lo fonaments davall los arch y pilars de la llonja e los estigas de entre arch a arch dels dits archs de pedra picada...


La referencia es clara a los tres arcos que actualmente posee nuestro Ayuntamiento.. Colaboran con el picadero los monfortinos Miguel Pujalt, Miguel Morant, Llorens Picó y Albesa, trayendo las piedras de La Lomica.

La construcción duró unos cinco años, donde se colocaron 1200 tejas en la cubierta, se hicieron varios bancos de piedra y yeso debajo de los tres arcos. En la primera planta se situaba el Archivo o Archiu del Lloc, y en la parte de bajo la prisión (hoy lugar donde se encuentra la Oficina de Turismo de Monforte del Cid). Todos los ayuntamientos poseían una, en el caso de Monfort se situaba en uno de los laterales, de dimensiones reducidas, ya que se trataba de una prisión preventiva y los presos no pasaban demasiado tiempo.


Lugar donde se encontraba la antigua prisión
de la aldea de Monfort

martes, 4 de septiembre de 2012

El antiguo Hostal del Parador

Uno de los edificios más significativos con los que contaba la aldea de Monfort era su antiguo hostal, datado en los siglos XV y XVI.

Como su propio nombre indica, su labor era la de dar hospedaje a los diferentes viajeros que de paso circulaban por la aldea, camino de la ciudad de Alicante. Se enclavaba dentro del Camino de Castilla, y enlazaba con el camino de Orito, adentrándose en la capital de la provincia por la Puerta de la Huerta.

Aunque se pudiera sospechar que sus orígenes fueran árabes, lo cierto es que su construcción se debía a las molestias que los viajeros ocasionaban al no encontrar lugar donde pernoctar. Además, Monfort, que formaba parte de Alicante, sería uno de los diferentes lugares donde se repartían esos viajeros (incluso el ejército) que la capital tenía que dar cobijo.

El origen de su construcción no es claro, aunque sí tenemos datos en nuestro Archivo Histórico Municipal de importantes obras a lo largo del siglo XVI.

El hostal era una regalía del Consell de Monfort, que salía cada año a subasta y siempre estuvo en manos de ciudadanos cristianos. Entre 1596 y 1638 sufre estos importantes cambios que le dan el siguiente aspecto:

Edificio de una planta, con una gran puerta de madera para entrada de carruajes, un patio interior con caballerizas, para mulos y caballos, con paja y pesebres. Una gran puerta nos daba paso a la taberna del hostal, donde se servían las comidas. En la primera planta se situaban las habitaciones de hospedaje. El tejado era de tejas rojas, las vigas de madera y las paredes de piedras, arena, cal y agua.

Imagen del antiguo Hostal del Parador


Imagen donde aparece en la actualidad el Hostal del Parador
 al paso de un desfile de Moros y Cristianos. 


viernes, 17 de agosto de 2012

La importancia de la Azulejería Religiosa en Monforte del Cid

Dentro de las líneas que proponemos para conocer el rico patrimonio de Monforte del Cid, sin duda la Azulejería Religiosa es uno de los aspectos que no podemos pasar por alto.

Las calles de la villa están repletas de estos paneles cerámicos propios del siglo XVIII, y que las fábricas de Valencia, en particular de Manises, abastecieron a numerosas localidades. A partir de estos escritos, comenzaremos a desentrañar las 65 obras que copan las diferentes casas particulares del municipio, con el único objetivo que sean conocidas y puestas en valor.

En este siglo XVIII, la Iglesia tuvo que emplear nuevas maneras de evangelización, y adaptarse a los nuevos tiempo. El culto de las imágenes en las iglesias sigue manteniéndose, pero ahora, saldrán a la calle para que sea fácilmente vistos a diario por los devotos y sobre todo como signo de protección. En Monforte del Cid, la labor fue llevada a cabo por los franciscanos, que desde la cercana pedanía de Orito, llevaron la devoción de San Pascual y la Virgen de Orito a las calles de la villa.

Hoy no será el momento donde incidiremos en los diferentes paneles, pero a modo de ejemplo podríamos señalar que se utilizaban diferentes santos y vírgenes según la protección que se quería obtener para la casa o la calle donde se implantaban: San Blas contra las enfermedades de la garganta, Santa Lucía por los ojos, San Sebastián contra la peste... 

A partir del Concilio de Trento (1545) pasaron numerosos santos, considerados desfasados para su devoción por su antigüedad (San Felipe, San Jaime, San Bartolomé), a ser sustituidos por los nuevos beatos y santos más actuales, como fueron San Vicente Ferrer (que aunque la tradición lo enclava en Monforte, no está probado en ningún caso con la documentación adecuada que así fuera) o el mismo San Pascual (que le era muy cercano a la gente por haber recorrido las calles de Monforte). Esto favorecía el culto popular ante la cercanía de sus buenas acciones y dejaron a un lado aquellos santos que vivieron en la época del mismo Jesucristo.

Por ello, se considera a Monforte del Cid como la localidad con más paneles religiosos en proporción a sus habitantes, y además, por conservar piezas de un valor incalculable de hasta el siglo XVIII.

En siguientes escritos, iremos presentando piezas particulares que recorren la actual villa de Monforte del Cid.



Calle Mayor en Monforte del Cid, donde se 
concentran buen número de paneles cerámicos


domingo, 12 de agosto de 2012

La Ermita de San Sebastián, hoy Ermita de San Roque

En la Baja Edad Media, el santo romano San Sebastián tenía su propia fiesta en Monforte del Cid. Este conocido santo, tan reproducido por pintores y escultores de todos los tiempos, fue un mártir que murió acribillado por las flechas de sus enemigos a finales del siglo III  (y así se le representa iconográficamente). 

Se conoce que en la aldea de Monforte se celebró fiestas en su honor en todo el siglo XVI, pero hasta el año 1586 no se realiza la ermita que en su honor se levanta. Fue el propio Consell de Monforte el que sufragó los gastos de su realización, que ante los numerosos problemas de caudales, no fue finalizada la obra hasta pasados varios años (1588). El encargado de realizar las obras fue el "Mestre de la vila", quien dirigió al cuerpo de albañiles que el propio Consell contrató.

Los materiales utilizados los vemos reflejados en nuestro Archivo Histórico Municipal, pero fueron los usuales de la época, como fueron yeso, cal, arena, piedra y agua. En la siguiente reproducción del texto de la época vemos la importante cantidad de dinero que supuso la construcción:

"...de aquells trescent quaranta set reals sis diners que de orde de Consell 
se gastaren en la obra del señor Sant Sebastiá en lo any huitanta y sis..." 
(AMMC. Cuentas 1586-1604. Fol. 55)

La ermita estaba situada en las costera de San Sebastián (hoy calle San Roque), en su parte alta. Fue en el siglo XVIII cuando se produce el cambio de nombre. Tanto un santo como el otro, eran conocidos por su protección ante la peste, manteniendo pues la población el sentido de la devoción a estos santos.

El cambio de nombre se debió a la moda de la época por la que se sustituyeron todos aquellos santos que por su lejanía en el tiempo no se hacían cercanos a la gente, aunque en ningún caso se sustituía el por qué de su devoción. En este caso, tanto San Sebastián como San Roque, ambos compartían su protección ante las epidemias de peste; los diferenciaba sus momentos vitales: uno vive a lo largo del siglo III, y San Roque vive en el siglo XIV.